Cuando se habla de la vida y su significado en una obra, resulta fácil caer en lo trascendente. En hiperbolizar nuestros pasos, tratar de hallar un algo más que probablemente no exista. La vida es tan simple como sentarse con un café y escribir estas líneas, o leerlas, o hacer un viaje en tren, o acariciar a tu mascota. Tomarte una cerveza con un amigo o aguantar el chiste de tu jefe con una sonrisa. Todo es vida, y aunque eso también parezca rimbombante, es la manera que tiene Persona y sus juegos de plantearla de forma sencilla y superficial.
Porque la vida lo es.
La estructura básica de Persona nos invita a crear conexiones de amistad con otros individuos para aprovecharnos de ello y ser más fuertes en las batallas, que son las que permiten seguir avanzando por el videojuego -que también en su esqueleto básico- va de superar unos retos de habilidad hasta llegar al final. Pero es en sus pequeñas frases, gestos y personajes como Aigis, donde consigue despertarte. Donde logra, al menos conmigo en esta última partida a Persona 3 Reload, contarnos que la vida no es más de lo que pensamos y que estas estructuras sencillas son las que nos van a permitir, aunque no lo creamos, superar nuestros encuentros más difíciles para poder llegar hasta nuestro final con una sonrisa al mirar atrás.
Son las pequeñas cosas las que nos permiten seguir avanzando, las que dan significado a hacer sacrificios. Y, quizás porque estoy madurando en los últimos años o, mejor dicho, porque me estoy haciendo viejo, este tipo de mensajes cada vez calan más en mí.
Las relaciones humanas, igual que en Persona, comienzan siendo funcionales. Yo trato de ser lo más agradable contigo para hacer que nuestra relación también lo sea. Y una relación puede ser de pareja, de amistad, o de tan solo unos segundos con el panadero. Poco a poco ese vínculo puede ir trascendiendo, por supuesto, o no. Lo que también plantea el juego de forma fantástica es la temporalidad de estas relaciones: ya he puesto el ejemplo de una interacción que puede durar sólo unos segundos, pero también puede durar meses o años y que finalmente se acabe. Y no pasa nada, porque en realidad, ninguna relación es para siempre.
El adiós forma parte de todas las relaciones humanas. Te despides del panadero, pero también lo haces del amigo que se marcha de tu ciudad cuando acaba la universidad, del compañero de trabajo que cambia de empresa, de tu pareja cuando la relación se acaba o de tus padres cuando mueren. No existe una relación eterna porque nosotros no lo somos. Estamos hechos para despedirnos y todo nuestro periplo no es más que una preparación para el adiós final. Por eso Aigis, la robot eterna de Persona 3, no comprende las relaciones al principio: porque no entiende lo que significa despedirse.
Pero Persona también sabe poner el foco en esos pequeños detalles que he comentado al principio, y que yo mismo estoy tratando de atesorar en estos últimos años. Creo que es normal, cuando somos más jóvenes, pretender acumular experiencias que nos permitan sentir que estamos viviendo. Viajes, relaciones estrechas, cambios importantes en la rutina… pero cuando te vas haciendo mayor, comprendes que la vida es otra cosa. Es volver a desayunar un día más con tu persona favorita, olvidar el móvil al salir de casa, ver a tu mascota felizmente dormida en tu regazo, fregar los platos mientras escuchas tu podcast favorito… esas minucias, resultan ser tu vida. Y no es rutina ni comodidad, pues nuestra naturaleza no lo permite: sabemos que acabaremos diciendo adiós, tarde o temprano, a esas pequeñas cosas.
Por eso hay que atesorarlas, por ello cada vez hago más fotos a momentos rutinarios y no tan grandilocuentes de mi vida. Porque cuando me acuerde de estos años lo haré recordando cómo dormían mis gatos en mis piernas todas las noches, en lo mal que tragaba el agua mi ducha, en los viajes en transporte público hasta ese trabajo que tampoco estaba tan mal y no tanto en los grandes hitos, en ese gran cumpleaños o en un ascenso. Todo conforma nuestra vida, todo es importante, pero creo que estoy siendo capaz de explicarme.
Persona consigue transmitir algo parecido con su estructura de rutina. Te despiertas todos los días, vas a clase, quedas con algún amigo, llegas a casa, te vas a pelear con monstruos y te vuelves a levantar otra mañana más para repetir. Pero esa rutina, en la que realmente ningún día es idéntico al anterior, en la que cada decisión nos hace evolucionar, es la que genera esos nuevos vínculos, cada vez más poderosos, la que hace que valores el momento y tengas miedo de decir el inevitable adiós. Como pasa en nuestra vida continuamente.
Nada es eterno, la vida esté repleta de despedidas y tenemos que atesorar cada pequeño y vulgar instante. En esta superficialidad está realmente el sentido de la vida. En uno de los últimos podcast también hablaba de nuestra necesidad de ser trascendentes, de querer ser importantes entre los demás por las cosas importantes que hacemos, y eso nos hace dejar de lado los actos más pequeños, que son los que realmente nos hacen ser quien somos. Yo no soy más por escribir estas líneas y que cientos de personas las lean con mayor o menor satisfacción, yo soy más por rellenar el cuenco de comida de mis gatos y sentir su cariño, de devolvérselo y de sentirme más fuerte por ello.
Son las pequeñas cosas, a las que no damos la importancia que quizás merecen, las que nos permiten acabar con los monstruos más poderosos que se cruzan por nuestra vida.
Hasta que tengamos que decir adiós.