El No E3: Anunciando lo que no se va a anunciar (por nuestra culpa) y el cine ya no es para todos
Y como bonus un pato y salami.
Aunque ya tuvimos nuestra ración de anuncios la semana pasada con PlayStation y su State of Play, esta misma noche Geoff Keighley dará el pistoletazo de salida al “No E3” (hasta de eso se ha adueñado el tío) con su Summer Game Fest. Y me ha hecho mucha gracia ver esta publicación de Kotaku en la que el periodista rebaja las expectativas.
Sí, le resta importancia a su propio espectáculo.
Dice mucho sobre lo que han terminado ofreciendo estas “fiestas del videojuego”: promociones de videojuegos que en realidad no queremos ver. Escaparates que muestran aquello que es más difícil vender, no aquello que el público ansía recibir.
Y que se vende al mejor postor, por lo visto.
Bajo cualquier contexto, nosotros mismos hemos convertido a estas conferencias en armas de doble filo, porque siempre se suele cumplir una máxima: altas expectativas -no generadas por la compañía emisora- que se transforman en un vacío que muchas veces podría definirse como decepción. Y son muchos los ejemplos en estos últimos años.
Ahora que llevo un tiempo alejado del ruido, han sido varias las conferencias de este tipo que he decidido no ver. Al día siguiente, me ha servido con un resumen, o ni eso: he echado mano del anuncio o tráiler que me interesara, y ya está. Una hora o dos horas de espectáculo para cuatro o cinco minutos -a lo sumo- de interés real. Todo lo demás se colma de esos otros productos que no saben bien cómo emerger.
Cuando un producto -un videojuego en este caso- se vende a sí mismo, no se esconde. Cada vez es más habitual encontrar espacios y conferencias dedicadas únicamente a un producto, o a una saga. El interés ya está ahí, no se necesitan las calenturientas imaginaciones del público. En cambio, si esos productos no generan un interés real, se debe hallar otra manera. Estas conferencias lo son: los ojos de una buena parte de los aficionados estarán fijos en ti, expectantes, y se van a comer entero el tráiler de tu enésimo juego de granja o el del souls de turno.
Ojo, me parece totalmente lícito y estos formatos también nos permiten descubrir nuevas obras y estudios de interés, faltaría más. Pero son los casos más minoritarios. Y lo hemos provocado nosotros mismos.
Por eso me hace tanta gracia que Geoff Keighley tenga que rebajar las expectativas de su propio producto, de ese escaparate que ya sabe que va a tener muchas miradas puestas buscando “algo” que se demostrará inexistente. Antes de que la jugada se vuelva en contra nos avisa, y la única traición será la de nuestras propias esperanzas.
Pero qué bonita es la ilusión. Casi prefiero que no digan nada y así nos comemos el mojón con más gracia.
El cine ya no es para todos
Me crucé con este pequeño vídeo por redes sociales esta semana -compartido por el cineasta Scott Derrickson-, con el mítico Quentin Tarantino hablando sobre el precio de las entradas de cine.
(Gracias a los compañeros de Sensacine por este corte con los subtítulos en castellano):
En esencia, cuenta cómo en su niñez el precio del cine era accesible para todos. Ver una película era una posibilidad incluso para las familias más pobres. El teatro, la ópera… eran casi impenetrables, pero siempre podías ir el fin de semana a gastarte cinco dólares (o cinco euros) el cine. Con el aumento significativo y paulatino de las entradas, ver una película implica un esfuerzo. Y es una realidad: si a la mezcla le añades unas palomitas y una bebida, y comer o cenar fuera tras ver la película -un plan muy común entre mi familia en mi infancia- búscate una hipoteca.
Las salas de cine intentan facilitarlo con períodos de rebaja o con el día del espectador, pero considero que es insuficiente. La mayor parte del tiempo, ir a ver una película al cine se convierte en un esfuerzo económico. Uno que la propia industria no para, además, de menospreciar: ¿a que tú también has esperado alguna vez a que la película de turno dejara de estar en cartelera y apareciera (sin tardar mucho) en una plataforma de streaming?
Casos como el del año pasado con Oppenheimer y Barbie -aprovecho y os recomiendo leer este artículo de David Oña en Ruido sobre esta última- son excepcionales. Con un ritmo de estrenos mermado por las huelgas y otros asuntos, gastarse una pasta en ver una película tiene que ser algo muy meditado por el espectador. En mi caso, que he sido de ir mucho al cine, se ha transformado en un acontecimiento muy pocas veces repetido a lo largo del año. Una excepción que se debe justificar -y que comparo con el esfuerzo que resulta gastarse 80 euros en un juego; ya tiene que ser especial-.
Antes, ibas al cine. Sin saber previamente ni lo que ibas a ver.
Ahora, es un lujo.
La fiesta de lo retro y una pato-recomendación
Este viernes, Factoría Retro inaugura un salón del arcade y del videojuego en Alcorcón, Madrid, con más de cuarenta máquinas de arcade de los 70, 80 y 90. Una fiesta para los menos jóvenes. También cuenta con un pequeño museo, consolas, futbolines… por si te apetece embriagarte de las sensaciones de antaño. Seguro que mola.
Y para terminar, te recomiendo el videojuego Duck Detective: The Secret Salami. Un nombre para convencer. He probado sólamente la demo gratuita -que también te invito a disfrutar- pero ya lo he metido en mi lista de deseos. Controlas a un pato detective y debes ir recolectando pistas de los escenarios que te permiten formar deducciones sobre lo que ha ocurrido. Tiene mucha gracia, chistes que entran muy bien y parece ligero. Lo veo ideal para algunas de estas tardecitas calurosas que se avecinan.
Muchas gracias por leerme y espero que disfrutes del No E3 (anuncien lo que anuncien). Te agradezco si dejas un corazoncito, si compartes con alguien a quien creas que le pueda gustar y si te suscribes por si te apeteciera recibir directamente en el correo electrónico los nuevos artículos y podcast que vaya publicando. Y si te apetece, recuerda que puedes invitarme a un café (o a una cerveza) y te la dedicaré muy gustosamente.