The Bookwalker: introducirse en el interior de las páginas de los libros era algo que soñaba (y ahora lo temo)
El ladrón de historias es menos literario de lo que esperaba.
Si me hubiesen preguntado hace años, en otro caluroso verano en el que destinaba gran parte de mis vacaciones escolares a jugar a videojuegos y a leer libros, si me gustaría poder introducirme dentro de sus historias, formar parte de ellas o ser un mero espectador pero poder situarme en el interior de su mundo, no hubiese dudado y la emoción habría sido absurda. Sin embargo, con el auge de la tecnología, del metaverso, de la realidad virtual y demás cacharros, es algo que ahora me da pavor. Leer, observando sólo el negro sobre blanco de las palabras, y que el único universo existente sea el que se forma mágicamente en tu imaginación, es lo que jamás querría perder.
The Bookwalker: Thief of Tales (Do My Best, 2023), otorga la posibilidad de adentrarnos en el interior de los libros en la piel de Etienne Quist, un misterioso escritor que debe cumplir una serie de robos dentro de esas historias si quiere limpiar su nombre. Imagina, por ejemplo, que se te imperara el objetivo de robar el Anillo Único durante los sucesos de El Señor de los Anillos, formando parte de su historia hasta conseguirlo, para poder recuperar tu vida. Es básicamente eso pero bastante menos espectacular y en libros que no existen -aunque cuentan con multitud de referencias reales-.
Lo más interesante de The Bookwalker: Thief of Tales es que nunca separa la realidad de la realidad de la ficción: siempre tenemos la posibilidad de salir del libro en todo momento e, incluso, llevarnos objetos de nuestro apartamento o bloque de pisos al interior de la novela si es necesario para completar algún puzzle. Y me ha parecido interesante que ambos espacios tengan maneras de explorarse tan diferentes: cuando estamos en el espacio real controlamos a Etienne en primera persona y en el momento en el que nos adentramos de nuevo entre las páginas la perspectiva cambia a una isométrica. La manera de interactuar se modifica por completo y es una combinación que termina resultando lo más interesante de la obra, ya que la historia de Etienne se va desarrollando en ambos mundos; lo que hacemos en los libros es una necesidad para que en su mundo real todo vuelva a ir bien.
Pero es en la manera de plantear los problemas y desafíos del interior de los libros donde The Bookwalker me ha hecho saltar párrafos: todo se basa en ir interactuando con diferentes personajes y objetos, completando pequeños puzzles a lo aventura gráfica. Coger una llave para abrir una puerta, fabricar una pala para poder excavar, volver al mundo real a por un extintor para poder apagar el fuego presente en la escena del libro… pero no hay lugar para pensar, ya que la solución siempre la da el propio juego: si tienes que salir a por un objeto al exterior, Etienne o su -extraño- acompañante le dirán lo que tiene que hacer, o verás en pantalla exactamente qué objeto necesitas para poder avanzar. No es algo negativo de por sí porque quizás sería más lioso todavía sin esas ayudas, pero que ninguna de las dos posibilidades parezca convencer evidencia sus carencias.
Que una obra permita adentrarse en el interior de las páginas de los libros, haciendo que las palabras cobren vida, debería ser mucho más literaria. Hubiese dado mucha más importancia a los diálogos, a las descripciones, a las historias en sí -que terminan siendo muy vagas-, y no tanto a esta resolución de puzzles o a introducir combates por turnos. Me hubiese encantado que para poder robar el Mjolnir o la espada Excálibur hubiese tenido que sacar a relucir las dotes de escritura de Etienne, su poder sobre las palabras como autor, la posibilidad de modificar el mundo tachando y escribiendo nuevas letras. Esto es más doloroso cuando esa mecánica está presente en el juego: la tinta es un objeto consumible que sirve en muy pocas ocasiones para obtener lo que quieres, o para modificar algún elemento, pero sólo se utiliza de forma muy esporádica en instantes donde el juego quiere que lo hagas.
Entiendo que no puedas visitar el interior de libros reales -algo que hubiese sido genial- pero que una obra sobre un escritor que puede adentrarse en el interior de las páginas de otras novelas tenga tan poco de literatura y de escritura, me apena. Es casi como si hubiese sido una excusa: variar el contexto de The Bookwalker y transformarlo en un ciber ladrón capaz de adentrarse en diferentes espacios virtuales sería totalmente posible sin variar ni un ápice sus posibilidades jugables.
Quizás sea por ese amor hacia los libros, la lectura y la escritura que poseo, y por ello esperaba más de una obra que permite hacer aquello con lo que hace años soñaba y con lo que ahora no comulgaría en absoluto. Otra buena muestra de que crecemos, nos hacemos viejos y nuestra manera de disfrutar de nuestros ocios varía dependiendo de la etapa vital que transitamos.
Robar objetos en el interior de los libros en The Bookwalker: A Thief of Tales es entretenido, pero qué poco hay del verdadero alma de la literatura y de sus autores, de la copia y de la imitación, de lo que verdaderamente significaría adentrarse en el interior de unos universos que hasta el momento sólo formaban parte de nuestra imaginación. Pero quizás eso sea lo mejor, y que los libros sigan siendo ese pequeño instrumento mágico que nos teletransporte sin tener que apartar la mirada de unas simples palabras escritas en un papel.